EL CRISTO DE RENCA, El Señor de los Milagros

Renca es una antigua población del nordeste de San Luis, a orillas del río Conlara o Santa Rosa. El pueblo se levanta en un valle serrano y de ensueño, Concarán, que declina suavemente hacia el oeste. Desde 1753 existe allí la devoción de Nuestro Señor de Renca, que anualmente concentra la atención de los fieles de la región cuyana y aún de Chile, al celebrar el 3 de mayo la fiesta que le ha dado un lugar prominente en el calendario folklórico nacional.

Renca es voz mapuche y su significado está vinculado al nombre de hierbas andinas, cuyas flores son de color amarillo, o quizás, como interpreta Urbano Núñez, severo investigador de su historia, a hierbas que mantienen su color verde a lo largo del año. De una u otra manera, la localidad puntana merece además su sitial de honor en los anales de nuestra historia patria, por cuanto de allí eran tres de los quince caídos en combate durante la batalla de San Lorenzo.
Según la tradición más aceptada, en el valle chileno de Limache un indio ciego empuñaba un hacha para derribar un espinillo, con tan buena suerte que el primer hachazo hizo saltar unas gotas de savia a sus ojos; al frotárselos porque el líquido le quemaba demasiado, recuperó la vista y vio esculpida en el tronco una imagen de Nuestro Señor. Leopoldo Lugones ha escrito al Señor de Renca un extenso poema, el que dedica a Arturo Capdevila. Relata allí que el pobre ciego se ganaba la vida tocando un violín que él mismo se había construido con madera del lugar y cuerdas de tripa de los animales que cazaba con la ayuda de un chico que le servía de lazarillo.En lo que el indio curado vé, es donde el relato popular introduce sus variantes –que en definitiva no hacen mella a la devoción- puesto que mientras unos dicen que palpó a ciegas con las manos una imagen de Jesús, otros afirman que lo que encontró al recuperar la vista fue un pequeño Cristo dentro del hueco carcomido del árbol.
Por su parte, el padre jesuita Alonso de Ovalle relata hacia 1646 en su libro Histórica Relación del Reyno de Chile: «Este árbol forma una cruz perfecta y sobre ella se ve la imagen de un crucifijo del grueso y tamaño de un hombre perfecto, en el cual se observa clara y distintamente los brazos que aunque unidos con los de la cruz, resaltan sobre ellos, como si fueran hechos a media talla. El pecho y costado formado sobre el tronco, distinguiéndose las costillas y los huesos hasta la cintura. Para abajo sólo se observa envuelto el cuerpo en una sábana santa y no se distingue ni rostro, ni cabeza pero sí los dedos y las manos borroneados». La del padre Ovalle sería la versión más cercana a la realidad, ya sea debido a la investidura de su recopilador o a que figura en el libro de su autoría publicado hace ya unos cuatrocientos años.

Hacia Córdoba
La noticia de la milagrosa aparición cundió rápidamente afluyendo mucha gente para dar fe del prodigio. La imagen es llevada a una estancia cuya dueña le hace construir una capilla con un altar donde coloca la imagen y es venerada por largo tiempo.
Los jesuitas que habitaban también el valle, trasladan al Cristo del Espino o de Limache al pueblo de Renca, distante a unos pocos kilómetros de la capital de Chile, hasta que en 1729 un incendio destruye el lugar salvándose una parte del Cristo.
El pueblo chileno llora su desgracia y no se resigna a perderlo, por eso tallan nuevamente un crucifijo en el que incrustan el pecho carcomido del Cristo antiguo.
Los más piadosos resolvieron hacerlo conocer en Cuyo y en Córdoba, poniéndose en marcha a través de la cordillera con el Cristo cargado sobre una mansa mula. En cada población donde llegaba, era colocado en la iglesia y motivaba grandes ceremonias religiosas, al final de las cuales el indio hacía una colecta de dinero para erigirle un santuario.
En 1745, al atravesar el río Conlara camino a Córdoba, la mula que cargaba la sagrada imagen se echó, y de allí no hubo poder humano que la hiciera levantar. Entonces quedó allí la imagen que dio origen y nombre al pueblo que, para venerarlo, nació a su alrededor.

En los documentos, que son enviados al Archivo Arzobispal de Córdoba, consta lo siguiente: «Establecido en esta parroquia de Renca, que todos los viernes del año se diga una misa descubierto el crucifijo, a la que asiste todo el vecindario llevado de la devoción a esta soberana imagen, mandamos que después de concluida la misa, vestido de capa pluvial o de alba, el cura que diga la misa, rece las Letanías de los Santos y las tres oraciones que estén en el ritual: además de las pro Papa, et pro Rege, por la libertad de España, y por la quietud y sosiego de las Américas». El historiador, presbítero Juan Francisco Suárez, escribe respecto del Santo: «El mismo se encuentra en un nicho y tiene sus carteras y coronación todo dorado».
La novena rezada en honor de Nuestro Señor de Renca culmina el 3 de mayo. Con debida anticipación empiezan a pasar los "carros falderos" que traen frutas de las quintas de la falda de la sierra de Comechingones. Se instalan en la calle de entrada al pueblo, donde ofrecen también leña delgada, los ingredientes para el mate, la parrilla para el asado y ponchos y cutamas, y las carpas para "atender a la gente". Se organizan bailes. No faltan los guitarreros y cantores.
Durante los días de la "función" del Milagroso Señor, los devotos encargan misas en acción de gracias o en pago de promesas. En las noches de novena se entonan cánticos junto al rezo del rosario y después se rezan los gozos dedicados al Divino Señor. Los peregrinos suman varios miles de almas.
El día 3 las misas empiezan desde las 6 de la mañana y los promesantes y fieles tienen oportunidad de comulgar hasta que los repiques de campanas y salvas de bombas anuncian la concentración de peregrinos en el atrio del santuario y en las calles adyacentes, para seguir con mayor recogimiento la misa cantada, y después acompañar a la imagen del Milagroso Señor en la procesión alrededor de la plaza. De las muchas plegarias al Señor de Renca que se conocen, hemos elegido la que nos parece sintetiza el más profundo sentimiento del lugareño, la más pura devoción popular, una copla de lenguaje llano y despojado: Me'i desgajao en las piedrasme'í espinao en las pencas...por vos solito ei’ veníomilagroso Señor Renca.Después que se ha cantado el Himno Nacional, los fieles despiden con los pañuelos a la imagen del Señor de Renca.

Karen Cruceño

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